La luz del mechero iluminaba la pequeña choza de paredes de barro y techo de motacú. La moza descansaba su blanquecina piel sobre un camastro viejo, cubierto de esteras y telas de algodón. Esperaba temblorosa la llegada de su amante.
Lo vió entrar con la armadura llena de sangre, y mirándola indolente; Elvira solo atinó a buscar un trapo para limpiar el peto y así dominar el temor que sentía.
El se acercó lentamente, la tomó del brazo y la arrojó hacia el camastro y luego la desnudó. La piel resplandecía de pureza a las luz del mechero y el, extasiado, comenzó a penetrarla.
La sangre que corrió aquel día, no fue solo de los mil quinientos indios que mató con su espada, si no también de la niña de doce años que había tomado por esposa. Asunción 1550 Nuevo Mundo.
Cuento I (Elvira de Mendoza)
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